Un día, nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras relaciones, funcionan bien. Nos sentimos satisfechos y en control de nuestras circunstancias. Luego, en minutos, en segundos, o en días, empieza la caída. Tal vez termine nuestra relación de pareja. Tal vez nos despidan del trabajo y no podamos conseguir otro. Tal vez somos traicionados o muera algún ser que amamos. Tal vez tengamos una enfermedad que nos transforma la vida. Y tal vez, todo esto suceda al mismo tiempo. Cualquiera sea el sendero que tome la noche oscura del alma, el hecho es que las reglas que hemos estado siguiendo para hacer que nuestra vida funcione ya no sirven. Hemos perdido el rumbo y ya no somos capaces de confiar en nosotros mismos, en los demás, en lo divino, y ni siquiera en la tierra que pisamos. Estamos en un vacío, en caída libre, y casi no hay nada que pueda consolarnos o a lo que aferrarnos. Hemos sido arrojados a un sufrimiento que parece insoportable, como si fuéramos a explotar o morir en cualquier momento, o como si nunca fuéramos a tener el valor de enfrentar el proximo segundo, y mucho menos el resto de la vida. Y de nuestras profundidades emerge toda una gama de sentimientos extremos que nunca supimos que existían. Nos negamos a reconocer la verdad. Seguimos tratando de que todo funcione, aún cuando en lo profundo sabemos que la vida tal como la conocíamos ya no existe más. Sentimos rabia, ira, hacia los demás, hacia nosotros mismos, hacia nuestro cuerpo, hacia Dios. Y miedo. Terror y pánico que nos hacen estallar el corazón mientras aguantamos a cualquier precio, aún cuando toda apariencia de estabilidad y seguridad es arrastrada por la creciente. Y aparece la depresión. ¿Por qué justamente a mí?, nos preguntamos. Incluso tal vez nos preguntemos si queremos vivir o morir. Nos vemos enfrentados a nuestro lado oscuro, a partes de nosotros mismos y a sentimientos que no nos gustan, que no sabíamos que existían en nosotros y que no deseamos ver. Quizás el peor sentimiento de todos los que experimentamos sea el de desamparo e impotencia, como cuando éramos niños totalmente dependientes de los demás para nuestra supervivencia. En lo profundo, es difícil recordar que la vida no era nada más que ese horrible sufrimiento. Pero cuando realmente recordamos, los recuerdos sólo sirven para deprimirnos más aún, porque esa vida se ha ido para siempre y nuestra sensación es que desde hoy en adelante todo lo que vamos a hacer es sufrir. Con el tiempo, este intenso oleaje de sentimientos y aparente desgracia realmente empieza a amainar, aun cuando sea durante unos minutos por vez, y ya no nos vemos en caída libre sino en el fondo del abismo, vivos todavía, y aún profundamente heridos. De modo que empezamos a mirar a nuestro alrededor para ver qué podemos hacer, y a apreciar lo que nos ha quedado para apreciar. Por ejemplo, un compañero o amigo que ha permanecido junto a nosotros. Las bellezas de la naturaleza. Una buena película. Una palabra amable o una sonrisa de algún transeúnte. Una conexión con el espíritu. Una creatividad que emerge. Abrimos más nuestro corazón, y tenemos compasión por nuestro propio sufrimiento y también por el de los demás. Con suerte, nos damos cuenta de que no somos sólo víctimas de las circunstancias sino que, aún cuando podamos no entenderlo en este momento, existe un significado trascendente para lo que ha sucedido, algo más grande que nosotros que quizás comprendamos alguna vez, o quizás nunca. Tal vez, incluso, tengamos la experiencia de una sabiduría que nos dice que somos más que nuestro cuerpo y que lo que sucede de alguna manera nos está guiando para abrirnos hacia niveles más elevados de nosotros mismos.. Durante este período, aún podemos experimentar emociones extremas, pero también podemos ver el otro lado de la experiencia, más allá del sufrimiento. Queremos alejarnos de éste, pero también llegamos a darnos cuenta de que lo que sucede no está totalmente bajo nuestro control y que sólo hacemos lo que podemos. Entonces debemos entregarnos a una sabiduría más elevada. Tal vez tengamos la esperanza de que saldremos. Quizás no sepamos lo que va a pasar. No importa. Vemos que lo desconocido no es sólo algo que nos da miedo. Lo desconocido está impregnado de potencialidad, e intuimos la posibilidad de emerger lentamente o en una fracción de segundo, en meses o semanas, o de la noche a la mañana. Y en verdad, emergemos desde la oscuridad, estemos curados físicamente o no.
QUE HACER EN MEDIO DE LA OSCURIDAD
Síntesis de lo que la autora sugiere:
1. Deje que fluyan sus emociones, independientemente de su crudeza. Aprenda a expresarlas y a manejarse directamente con las que surgen por sí mismas y/o mediante la ayuda de un terapeuta. (Nota del editor de EN CONTACTO: o con la asistencia de cualquier otra fuente de aprendizaje en la que Ud. confíe que pueda ayudarle, facilitando este proceso).
2. Valore todo lo posible las cosas de su vida, o de la vida de su entorno. Sea agradecido -por la naturaleza, por una buena comida, por el abrazo de un amigo, por un buen libro o película, por su música favorita, por mencionar sólo algunas cosas-.
3. Acepte y entréguese. Haga lo que pueda, y luego suelte, abriéndose a lo que es, y ríndase al proceso, entréguese a la creación universal. Confíe en su propia guía interior y en la guía del universo, y ábrase a ellas a través de este ripo de pasaje. Siga su camino aunque las cosas no mejoren. El solo hecho de aceptar, aunque sea en parte, el lugar en que usted se encuentra, hace que las circunstancias mejoren, porque usted deja de hacer la guerra consigo mismo y vuelve a alinearse con su propósito más elevado. Con el tiempo, en algunas semanas, o en algunos meses o años, tal vez pueda reconocer ese propósito, y que esto ha sido alguna forma de iniciación del alma a un nivel de mayor alineación con el universo, con lo divino.
4. Encuentre ayuda delegando responsabilidad. Cuando se sienta abatido, recuerde que no tiene necesidad de hacer todo usted mismo. Deje los problemas y ansiedades al cuidado del universo, de un poder superior, y confíe en que éste lo ayudará, sob re todo en esas situaciones en las que ha hecho todo lo que puede. (...) Visualización: Además, puede imaginarse poniendo la ira, la desilusión o una enfermedad física, o lo que sea, en una llama cósmica espiritual o simplemente en una llama purificadora, y vea cómo se quema. Deje que se queme y que se transforme en luz -una luz sanadora, amorosa- y siéntase lleno de esa luz. Imagine el apoyo del universo que lo rodea, y que éste lo sostiene. Imagine a sus seres queridos apoyándolo, a usted y a su sanación. Usted es el centro de una rueda de luz y todo el apoyo gira a su alrededor y llega a su interior con brazos de luz. Suelte todo menos esto. (...) Suelte sus expectativas y la necesidad de entender y resolver todo usted mismo. Suelte, déjelo al cuidado del universo, y vea qué sucede después.
5. Permanezca en el momento. No se quede en el pasado, a menos que sea para enfrentar y soltar viejas heridas. Suelte su apego por el pasado. No proyecte hacia el futuro. Es demasiado abrumador, produce angustia y de todos modos es sólo su imaginación.(...) El ahora es, de todas maneras, todo lo que existe, verdaderamente.
6. Perdónese a usted mismo, y si es posible, perdone a los demás.
7. Ayude a otra persona. Salga de sí mismo y ayude a los que pasan necesidad. Haga algo por alguien sin esperar nada a cambio. Trabaje como voluntario o ayude a amigos y familiares. (...) La noche oscura del alma es parte de la condición humana, y, si penetra en la conciencia, puede ser una experiencia de transformación.
Por Alissa Lukara. Traducción de Néstor Latrónico. Publicado en la revista "Uno Mismo", Nº 224, Edición de Argentina.
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