"The decision to relax rather than to grip even in the face of impatience or fear is a conscious and brave choice" B.K.S. Iyengar

viernes, 29 de octubre de 2010

La Vida


La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es beatitud, saboréala.
La vida es un sueño, hazlo realidad.
La vida es un reto, afróntalo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es riqueza, consérvala.
La vida es un misterio, descúbrelo.
La vida es promesa, cúmplela.
La vida es amor, gózalo.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es una tragedia, domínala.
La vida es aventura, vívela.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es la vida, defiéndela.
Madre Teresa de Calcuta

jueves, 21 de octubre de 2010

La Verdadera Seguridad - Por Mabel Lavitman


“Si el Señor no edifica la casa, en vano se fatigan los que la fabrican. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el centinela.”
Salmo 127
Existe hoy en día un concepto muy equivocado y generalizado acerca del cultivo de nuestra vida espiritual. Se piensa que ella nos “evade” del mundo circundante donde están todas nuestras necesidades materiales, sin brindarnos solución a nuestros problemas. Ansiosos como estamos cuidando nuestro presente y previendo nuestro futuro (¡qué no me falte nada!, ¡qué no les falte nada a los míos!), vivimos desesperados por conseguir seguridad, mas, en el corazón de todos, aún de los más “afortunados”, siempre continúa latiendo un sentimiento de desamparo y de carencia. Así y todo, la mayoría de la gente se resiste a ver, a buscar, a explicarse, la verdadera causa del problema.
Dice el título del Salmo que transcribí:
“Toda prosperidad viene de la bendición de Dios”.
Cuando sólo tenemos ojos para ver lo circunstancial, cuando descuidamos la presencia del Ser Eterno en cada uno de nosotros, cuando no sabemos dónde poner la fe y la energía que Dios nos dio, nos sentiremos, en uno u otro aspecto, inevitablemente miserables. Y así, desconociendo nuestra herencia divina y la dimensión que podríamos tener despertando nuestra conciencia espiritual (dimensión en cuanto sabiduría, discernimiento), vivimos como el famoso mendigo que se olvidó que era príncipe, y deambulaba en los dominios del Rey, su propio padre, pidiendo la magra limosna de un pan duro, cuando eran suyos todos los manjares del mundo.
Entonces, es bueno y saludable que, haciendo un alto en nuestro camino, nos preguntemos:
¿Estoy actuando correctamente? ¿Estoy sintiendo correctamente? Si analizamos detenidamente las cosas (situaciones, etcétera), en las que basamos nuestra seguridad,veremos que ellas están sujetas a infinitos vaivenes, y que, a la larga o a la corta, son como terreno fangoso en el cual intentamos hacer pié. Ahorros, riquezas varias, éxitos, cargos importantes, pueden desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, cuando menos lo esperemos, y bien sabemos que una pequeña circunstancia no prevista muchas veces modificó todo nuestro “futuro planificado” que nos hacía sentir “seguros”.
Entonces... ante tal situación, ¿qué actitud tomar?
Dicen los grandes maestros que tuvo la humanidad, que los momentos de crisis, cuando perdemos pié en todo lo que considerábamos seguro, son los más adecuados para la transformación interior. Si sabemos utilizarlos, son ellos la gran oportunidad para despertar a una realidad superior. Es el momento de abrir bien grandes los ojos y los oídos para aprender a vivir, ya sea bebiendo la inmortal sabiduría a través de los libros o, mejor aún, a través de las enseñanzas de un Maestro, un guía, un instructor que, por su sincero camino recorrido en el Amor a Dios y a sus hermanos del mundo, esté en condiciones de orientarnos.
Y uno puede aprender muchas cosas. Por ejemplo: que nuestra actitud egoísta es como un gran imán, que atrae a todos los males, y que, inversamente, una actitud de amor y entrega, redunda en el bien de todos. Si pudiéramos siquiera tener un poco de esa sublime Fe en Dios, como Nuestro Padre y en Su Amor Infinito hacia todos, dejaríamos seguramente de sobreprotegernos y todo nuestro destino se modificaría.
Dice una antigua enseñanza oriental:
“De lo que des, tendrás en abundancia, de lo que acumules, carecerás”.
Podríamos aprender también que la Fe no nace de buenas a primeras, sino que se cultiva, igual que una tierna plantita, paciente y cuidadosamente. El terreno en el que se asienta es nuestro propio corazón, y allí es donde hay que realizar la gran metamorfosis, como la sintetizara tan maravillosamente San Francisco de Asís en su Simple Oración:

“Allí donde haya odio, que yo ponga el amor, allí donde haya ofensa, que ponga yo el perdón, allí donde haya discordia, que ponga yo la unión, allí donde haya duda, que ponga yo la Fe...”
y finalizaba así:

“¡Oh Divino Maestro!, que yo no busque tanto ser consolado, como consolar, ser comprendido, como comprender, ser amado, como amar.
Porque es dando como uno recibe, es olvidándose como uno se encuentra, es perdonando como uno es perdonado, y es muriendo
(1) como uno resucita a la Vida Eterna”.

(1) Muriendo significa desterrando de nuestra alma el pequeño ego que sólo piensa en sí mismo. Esa es la gran purificación. Ese es el terreno propicio para el nacimiento de la Fe más honda y la felicidad más duradera. ¿No quieres probarlo en ti mismo?

viernes, 15 de octubre de 2010

El Nacimiento Musical del Universo


¡Om! escucharon los santos hindúes; ¡Om!, al principio de todo y siendo el Todo. ¡Verbo creador!, cantaron los hierofantes egipcios mientras que los hebreos agregaron: "y el Verbo era uno con Dios". Así, estos inconmensurables iluminados divinos, se adentraron en el misterio de la música, que es el misterio de Dios.
Los científicos modernos aún con sus limitadas herramientas -hijas de curiosidad y análisis- hablan de una primera vibración; y la vibración es siempre sonido. Cuando estos últimos descubran que es el corazón el que realmente ve, tal vez rueden lágrimas de arrobamiento por sus mejillas ante ese Supremo Canto, como habrán rodado en esos Amantes gigantescos de la India, Egipto, y de tantos ancestros nuestros que vivieron comulgando sus latidos con los latidos de Dios. El silencio de Dios inmutable y absoluto se hizo canto, y cada una de las partículas de Su creación, desde la hormiga hasta una galaxia, son cristalizaciones de las infinitas resonancias, armónicos y variaciones de la propia mismidad de Dios, de Dios voz, Dios música; Su Canto, Su corazón derramado.
El universo entero vibra, o sea, canta, porque fue creado por la Música. Y así quedó, cantando; y cantando continúa su viaje hacia su esencia, su origen: el Sagrado Silencio, que es otro canto pero mucho más misterioso aún. Uno de los antiguos santos iluminados de la India ha llamado al silencio el Om insonoro, el canto sin canto. Pareciera que la totalidad inimaginable de sonidos se hallaran en tal absoluta plenitud que únicamente puede haber quietud, sólo silencio, Om insonoro, Palabra increada, Aquello más allá de todo.
Plotino, místico y santo, cúspide y ejemplo de ser humano, habló de la sobreabundancia de lo Uno, Dios. Porque Dios es sobreabundante, porque simplemente esa es Su naturaleza, se derrama y se crean todas las cosas. Ese silencio es sobreabundante y se le resbalan notas musicales, como vertientes cantoras, plenas de húmeda fertilidad sonora, que se condensan en forma de pétalos y libélulas, mares y peces, ojos y bocas, estrellas y asteroides, y arena, cangrejos, nubes, hombres, montañas, árboles, átomos, Vía Láctea, y más notas y notas, y acordes tornándose visibles; Su sobreabundancia hecha abundancia, Su magnificencia vuelta inconmensurable generosidad. He aquí Su canto de infinitas resonancias, Su oculta verdad en la que nos hallamos habitando, frente a nuestros ojos, detrás de nuestros ojos y siendo los ojos mismos. Vivimos dentro de un Canto y cantando lo podemos descubrir. Sumergiéndonos en el corazón, siguiendo su sentido latir, abriendo sus cardíacos labios, cantando así la canción de Dios, es posible que se revele nuestra esencia musical, y que algún día, cuando el Santo Silencio nos reclame, nos diluyamos en Su abrazo final.

Por Julián Fernández

martes, 5 de octubre de 2010

Viparitabhava


Palabra extraña Viparitabhava, ¿verdad? Te explico: Viparitabhava es la creencia humana de que Dios o el Ser está muy lejos de nosotros y, por lo tanto, es difícil de llegar a Él.
Nuestro ego, que como bien sabemos, simpatiza con el impermanente mundo de la ilusión, se abraza a todo lo externo, se abraza a todo cuando le alcanzan sus Indriyas o sentidos. Ver, oír, tocar, oler, gustar, son para él la clave de la vida, su alegría, su justificación de existencia. No le hablemos al ego del SER, y, por favor, abandonemos ya la idea primitiva, medieval, de nombrar a Dios a cada instante.
El lobo del Tiempo se devora, año tras año, hora tras hora, nuestra posibilidad de ascender a lo Divino. Un día cualquiera, salimos del reino del gran lobo, sin haber andado ni siquiera un trecho en la Senda tan nuestra de la Realización Interior.
Argüímos constantemente que "Dios está muy lejos", que somos muy pequeños para emprender ese viaje colosal que es descubrir el centro nuestro y así, abrazados a Viparitabhava, nos convertimos en fantasmas de nosotros mismos, nos convertimos en una vida cuasi animal, que sólo se entrega a sus simpatías en el reino de la sensibilidad.
De ahí no se pasa, porque... "uno es muy pequeño... mediocre... torpe...", y entonces dejamos de volar, y como el príncipe del cuento de hadas, nuestra Águila Blanca nacida para ser señora de las Cumbres, se transforma en un batracio morador del fango.
Viparitabhava, ¡ay!, creencia equivocada a la que la Biblia cristiana y el Bhagavad Gîtâ hindú, a la que Corán y Pentateuco rechazan categóricamente con sus Enseñanzas.
"Quien te dio ojos, ¿no ha de ver?", nos dice la Biblia.
Y el Gîtâ repite: "Por doquiera tiene Aquel manos y pies, por doquiera ojos, cabezas y bocas. Todo lo oye, mora en el mundo, y todo lo envuelve" (Bh. G. XIII, 13), es decir..."no está lejos"...
Si pudiéramos inclinarnos un poco más hacia la Luz, seguramente seríamos capaces de perder tanta ignorancia y sumirnos en una Sabiduría más profunda para bien de nosotros mismos.
La criatura humana se encierra en una cárcel fabricada por el herrero de su mente equivocada, una cárcel de complejos, de traumas psíquicos que constantemente le repiten: "no tienes fuerzas, no puedes, no llegarás", uno siente que por dentro todo se derrumba, siente que "no va más". Se mata entonces al Sol de la esperanza que siempre se halla presente, se apagan las luces y se va uno a vivir el día largo y gris de las mil imposibilidades. Lo cierto es que podemos porque Dios está cerca, porque quiere que podamos, pero Viparitabhava nos hace creer que nunca llegaremos al Reino de nosotros mismos. Y así, mientras el hombre se adormila y se niega a ver el Sendero, a su redor esplenden las corolas de las flores, reverdecen las copas de los árboles y la vida continúa adueñándose una y otra vez de la Casa del mundo, transmutando los inviernos en maravillosas primaveras.
Tal vez, la labor más importante de un Discípulo de la Filosofía Trascendente, es hacer a un lado ese concepto equivocado, y en vez de decir: "Tú puedes triunfar en este mundo en cuanto te propongas", decir: "Tú puedes Realizar a Dios, a tu Ser, y marchar hacia el Camino de la Luz si descubres el sagrado Caminante que hay en ti"
Ese Caminante al que no le interesan las opiniones de la mente negativa, y sigue andando porque está predispuesto a hacer suyos los Tesoros del Cielo.
Recordar siempre que marchamos por la vida de acuerdo a lo que hemos aprendido con mayor profundidad de cuantas experiencias nos fueron concedidas.
Caminamos cuando no es demasiado pesada nuestra carga de dudas, de insatisfacciones, y de todo cuanto genera el ego negativo, que para nada desea nuestra Iluminación, ya que siendo él sombra, ha de terminar desapareciendo en nuestro conquistado esplendor.
Hijo: repite interiormente con todas las fuerzas de tu alma: "Yo llegué a ver la Luz que mora en mí mismo... mañana seré más condescendiente con mis semejantes y sus múltiples errores, haré mañana una obra buena, estudiaré, enseñaré, escribiré, meditaré y vestiré mi alma de luces y a mi corazón de reverenciaspara con lo sagrado".
Si lo haces, el mundo se beneficiará con tus nuevas actitudes y tú habrás conquistado el sacratísimo andar de los Gigantes.
Por Ada Albrecht

domingo, 3 de octubre de 2010

Nuestros Defectos


Una característica esencial del verdadero discípulo es saber reconocer sus propios errores y defectos. Mientras una persona no acepte que en ella existen falencias, no podrá luchar para erradicarlas, y se verá imposibilitada para avanzar en el Sendero.
Imaginemos a un hombre que se halla perdido en un bosque. Para salir de él, lo primero que debe hacer es reconocer que se ha extraviado. Luego debe buscar la ayuda de un guía, y finalmente debe seguirlo con humildad. De este modo podrá regresar a su hogar.
En este caso, su ignorancia representa el defecto que debe ser vencido. Sólo cuando reconoce su falta de conocimiento comienza a buscar un guía, lo cual representa al hombre que pasa a ser discípulo y busca un Maestro que lo oriente. Finalmente, siguiendo sus enseñanzas, podrá llegar a la Luz.
Si la persona de nuestro ejemplo niega continuamente su condición de extraviada y orgullosamente dice "yo sé muy bien dónde estoy", jamás buscará a alguien que la oriente, y no podrá salir del bosque de la ignorancia.
Para el discípulo que transita por el Sendero Divino, ser virtuoso no significa carecer de defectos. Se es un discípulo precisamente porque se tiene defectos; si no tuviera ninguno sería un Jîvanmukta o Sabio Iluminado que mora en constante Unión con Dios.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre un discípulo y alguien que no lo es? La diferencia radica en que el discípulo lucha contra sus errores, y la persona común no lo hace. De este modo, para el discípulo, la virtud consiste en conocer sus defectos, y a pesar de ellos, continuar avanzando en el camino.
Demos un ejemplo: alguien tiene el defecto de sonreír mientras piensa mal de una persona. Si disfraza su hipocresía (Dambha) con un ropaje de supuesta bondad diciendo "yo sonrío para no herir", todo lo que logrará es afirmarse en el error, y Satya (la verdad) cada día se hallará más lejos de su alma. Con el tiempo, esa persona perderá la capacidad de hacer el bien. Lo que debería hacer un discípulo en ese caso es, primero reconocer su error, y luego, tratar de que su pensamiento, su palabra y su actitud coincidan en todo momento.
Acerca de los defectos o vicios o errores que moran en nuestro corazón, hemos de tener presente que ellos no son algo "malo" en el sentido de "maldad", pero sí son malos en el sentido de que ocultan la Luz Divina que reside en el corazón. En el Bhagavad Gîtâ, son llamadas cualidades "Asúricas", esto es, "carentes de luz espiritual". También reciben el nombre de "Doshas" o errores y "Pradibandhas" u obstáculos mentales.
Por otra parte, nuestros defectos son también una posibilidad que nos otorga Dios para ejercitar su contrario. En efecto, la única manera de combatir un error es practicar su opuesto. La mezquindad desaparece con la generosidad, la mentira con la verdad, la hipocresía con la sinceridad, la ignorancia con la sabiduría, el egoísmo con el inegoísmo, la impaciencia con la paciencia, etc. Entre un defecto y una virtud existe la misma relación que hay entre la oscuridad y la luz: la primera desaparece con la segunda. Hay casos, incluso, en que el ser humano es incapaz de ver qué es lo correcto; sin embargo, al contemplar un error en sí mismo descubre cuál es el sendero correctopara evitar dicho mal.
Un defecto muy común es el orgullo. Se llama orgullo (Darpa) a creer que se es mejor que los demás. Cuando una persona tiene la enfermedad del orgullo se vuelve incapaz de aprender. Desde luego, ¿cómo podrá aprender algo si cree que ya lo sabe todo? Una persona orgullosa, en lugar de avanzar, retrocede. Cada vez que alguien le muestra sus errores, se "atrinchera" -por así decir- en su propio ego y trata de defender su defecto del mismo modo en que un perro defiende su hueso. Hay sólo una forma de extinguir el orgullo, y es practicando Amânitvam, esto es: humildad. Esto lo sabían muy bien las cofradías religiosas de las más diversas culturas, y por ello hacían tanto énfasis en la práctica de la humildad (recordemos las reglas de los monasterios cristianos, las normas de las órdenes budhistas, los votos de pobreza de los sufíes, etc.). La humildad permite que la conciencia se torne divina. Cuando el ego-orgullo abandona el corazón del discípulo, en él puede ingresar la Visión de Dios.
Permita Dios, Nuestro Señor, que en esta Escuela de la Vida que es Karma Bhumi (el mundo de la acción) aprendamos a ver con claridad, a purificar nuestra mente-corazón y a actuar con nuestro ser unido a la Voluntad Divina.

Por Claudio Dossetti

sábado, 2 de octubre de 2010

La Tristeza como Meditación

La tristeza puede convertirse en una experiencia tremendamente enriquecedora.
Has de trabajarla. Es muy fácil escapar de tu tristeza.
Todas las relaciones son, generalmente, formas de escapar de ella; procuras evitarla. Y siempre está ahí, oculta… la corriente continúa. Incluso emerge en numerosas ocasiones en tus relaciones. Entonces tratas de arrojar la responsabilidad sobre el otro, pero eso no es lo que ocurre. Es tu tristeza, tu soledad; aún no la conoces, y por tanto una y otra vez emergerá.
Puedes escapar de ella trabajando, puedes escapar de ella estando ocupado, con tus relaciones, con la sociedad, con esto y lo otro, viajando, pero no desaparecerá porque forma parte de tu ser. Todos nacemos solos; estamos en el mundo, pero solos; nacemos a través de nuestros padres, pero estamos solos. Y todos morimos en soledad; salimos de este mundo solos. Y entre esas dos soledades, nos engañamos. Está bien acumular valor y adentrarte en esta soledad. Por muy difícil y duro que resulte al principio, te compensará enormemente. Una vez que la conozcas, una vez que la disfrutes, una vez que la percibas, no como soledad, sino como silencio, una vez que comprendas que no hay escapatoria, te relajarás.
No puedes remediarlo, de modo que, ¿por qué no disfrutar de ella? ¿por qué no entrar en sus profundidades y saborearla, descubrir qué es? ¿Por qué tienes miedo innecesariamente? Está ahí y es una realidad; es existencial, no accidental. ¿Por qué no conocerla? ¿Por qué no entras en ella y descubres qué es?
Siempre que te sientas triste, siéntate en silencio y deja que esa tristeza te invada; no trates de escapar de ella. Siéntete lo más triste que puedas. No la evites. Recuerda esto. Llora al máximo, tírate por el suelo, revuélcate… y deja que desaparezca por sí misma. No la expulses; se irá, porque nada permanece para siempre.
Cuando se vaya, te sentirás descargado, absolutamente aliviado, como si toda fuerza de gravedad hubiera desaparecido y pudieras volar, sin peso alguno. Es el momento de entrar en ti mismo. Primero, ábrete a la tristeza. Corrientemente, no te abres a ella; buscas sistemas para poder fijarte en otras cosas; vas al restaurante, te reunes con amigos, lees un libro o vas al cine, o tocas la guitarra; haces algo para poder sumirte en ello y distraer tu atención.
Has de recordar esto: cuando te sientas triste, no te pierdas la oportunidad. Cierra las puertas, siéntate y siéntete tan triste como puedas, como si el mundo entero fuera un infierno. Sumérgete en ella, profundiza en ella. Deja que cualquier pensamiento de tristeza te invada, deja que la emoción te agite. Y llora, gime, exprésate… en voz alta… no tienes por qué preocuparte.
En primer lugar, vive esa tristeza durante unos días, y cuando la tristeza desaparezca te sentirás muy calmado, tranquilo, como tras una tormenta. En ese momento siéntate en silencio y disfruta del silencio que está apareciendo en ti. No lo has provocado; te abriste a la tristeza. Cuando la tristeza desaparece, en ese espacio, surge el silencio.
Escúchalo.
Cierra tus ojos. Siéntelo…
percibe su textura…
su fragancia.
Y si te sientes feliz, canta y baila.

OSHO