¡Om! escucharon los santos hindúes; ¡Om!, al principio de todo y siendo el Todo. ¡Verbo creador!, cantaron los hierofantes egipcios mientras que los hebreos agregaron: "y el Verbo era uno con Dios". Así, estos inconmensurables iluminados divinos, se adentraron en el misterio de la música, que es el misterio de Dios.
Los científicos modernos aún con sus limitadas herramientas -hijas de curiosidad y análisis- hablan de una primera vibración; y la vibración es siempre sonido. Cuando estos últimos descubran que es el corazón el que realmente ve, tal vez rueden lágrimas de arrobamiento por sus mejillas ante ese Supremo Canto, como habrán rodado en esos Amantes gigantescos de la India, Egipto, y de tantos ancestros nuestros que vivieron comulgando sus latidos con los latidos de Dios. El silencio de Dios inmutable y absoluto se hizo canto, y cada una de las partículas de Su creación, desde la hormiga hasta una galaxia, son cristalizaciones de las infinitas resonancias, armónicos y variaciones de la propia mismidad de Dios, de Dios voz, Dios música; Su Canto, Su corazón derramado.
El universo entero vibra, o sea, canta, porque fue creado por la Música. Y así quedó, cantando; y cantando continúa su viaje hacia su esencia, su origen: el Sagrado Silencio, que es otro canto pero mucho más misterioso aún. Uno de los antiguos santos iluminados de la India ha llamado al silencio el Om insonoro, el canto sin canto. Pareciera que la totalidad inimaginable de sonidos se hallaran en tal absoluta plenitud que únicamente puede haber quietud, sólo silencio, Om insonoro, Palabra increada, Aquello más allá de todo.
Plotino, místico y santo, cúspide y ejemplo de ser humano, habló de la sobreabundancia de lo Uno, Dios. Porque Dios es sobreabundante, porque simplemente esa es Su naturaleza, se derrama y se crean todas las cosas. Ese silencio es sobreabundante y se le resbalan notas musicales, como vertientes cantoras, plenas de húmeda fertilidad sonora, que se condensan en forma de pétalos y libélulas, mares y peces, ojos y bocas, estrellas y asteroides, y arena, cangrejos, nubes, hombres, montañas, árboles, átomos, Vía Láctea, y más notas y notas, y acordes tornándose visibles; Su sobreabundancia hecha abundancia, Su magnificencia vuelta inconmensurable generosidad. He aquí Su canto de infinitas resonancias, Su oculta verdad en la que nos hallamos habitando, frente a nuestros ojos, detrás de nuestros ojos y siendo los ojos mismos. Vivimos dentro de un Canto y cantando lo podemos descubrir. Sumergiéndonos en el corazón, siguiendo su sentido latir, abriendo sus cardíacos labios, cantando así la canción de Dios, es posible que se revele nuestra esencia musical, y que algún día, cuando el Santo Silencio nos reclame, nos diluyamos en Su abrazo final.
Los científicos modernos aún con sus limitadas herramientas -hijas de curiosidad y análisis- hablan de una primera vibración; y la vibración es siempre sonido. Cuando estos últimos descubran que es el corazón el que realmente ve, tal vez rueden lágrimas de arrobamiento por sus mejillas ante ese Supremo Canto, como habrán rodado en esos Amantes gigantescos de la India, Egipto, y de tantos ancestros nuestros que vivieron comulgando sus latidos con los latidos de Dios. El silencio de Dios inmutable y absoluto se hizo canto, y cada una de las partículas de Su creación, desde la hormiga hasta una galaxia, son cristalizaciones de las infinitas resonancias, armónicos y variaciones de la propia mismidad de Dios, de Dios voz, Dios música; Su Canto, Su corazón derramado.
El universo entero vibra, o sea, canta, porque fue creado por la Música. Y así quedó, cantando; y cantando continúa su viaje hacia su esencia, su origen: el Sagrado Silencio, que es otro canto pero mucho más misterioso aún. Uno de los antiguos santos iluminados de la India ha llamado al silencio el Om insonoro, el canto sin canto. Pareciera que la totalidad inimaginable de sonidos se hallaran en tal absoluta plenitud que únicamente puede haber quietud, sólo silencio, Om insonoro, Palabra increada, Aquello más allá de todo.
Plotino, místico y santo, cúspide y ejemplo de ser humano, habló de la sobreabundancia de lo Uno, Dios. Porque Dios es sobreabundante, porque simplemente esa es Su naturaleza, se derrama y se crean todas las cosas. Ese silencio es sobreabundante y se le resbalan notas musicales, como vertientes cantoras, plenas de húmeda fertilidad sonora, que se condensan en forma de pétalos y libélulas, mares y peces, ojos y bocas, estrellas y asteroides, y arena, cangrejos, nubes, hombres, montañas, árboles, átomos, Vía Láctea, y más notas y notas, y acordes tornándose visibles; Su sobreabundancia hecha abundancia, Su magnificencia vuelta inconmensurable generosidad. He aquí Su canto de infinitas resonancias, Su oculta verdad en la que nos hallamos habitando, frente a nuestros ojos, detrás de nuestros ojos y siendo los ojos mismos. Vivimos dentro de un Canto y cantando lo podemos descubrir. Sumergiéndonos en el corazón, siguiendo su sentido latir, abriendo sus cardíacos labios, cantando así la canción de Dios, es posible que se revele nuestra esencia musical, y que algún día, cuando el Santo Silencio nos reclame, nos diluyamos en Su abrazo final.
Por Julián Fernández
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