Cada instante del día nos ponemos una careta diferente para cada situación, tenemos un rol, una función marcada. Durante el día somos amigos, novios, esposos, hermanos, empleados, hijos, padres, sobrinos, etc.
¿Ahora quiénes somos realmente? Esa combinación de personajes es nuestra identidad, es el yo, que de alguna manera fabricamos para vivir dentro de la sociedad.
Somos mucho más que eso, no somos ni el cuerpo ni la mente, ellos son sólo vehículos del Ser, medios de expresión del alma para poder tomar contacto con la materia. Para vivir la vida que el alma eligió en la encarnación para poder completar su camino evolutivo en el camino de regreso desde la caída.
Justamente debemos vivir en la materia, tomar contacto con ella, porque la vida se trata de vivirla y si buscamos significados en otro lado, simplemente nos la perdemos, la vida es aquí y ahora.
La clave se encuentra en saber usar y hacer el cambio de personaje a tiempo, usando el vestuario correspondiente a cada situación. Si logramos despegarnos del personaje a tiempo, sin creérnoslo, el disfraz queda listo para volver a ser usado en la próxima función, ahora si me compro el personaje y me alquilo el disfraz las 24 horas del día, el personaje me toma y quedo atrapado dentro de él, pierdo la conciencia de quién soy y me identifico con algo que claramente no soy.
Sepamos que esto es un juego, que dentro de la Matrix, hay que jugar con las reglas de ella, pero que esto no está pasando, es solo un juego para aprender.
El alma se expresa a través del cuerpo y de la mente, pero no somos ni el cuerpo ni la mente, somos esa alma, ese pedazo de luz divina que esta en contacto con todo, pero que es una. Es una y parte del todo a la vez. Cuando el alma se expresa, la vida pulsa por salir, tratemos de identificar esos momentos, porque sino la mente nos atrapa y nos deja en el personaje de las 24 horas.
Juguemos a cambiar vestuario, que la vida es una gran obra de teatro en la cual somos protagonistas y roles secundarios a la vez.
Por un feliz día de expresión del alma!
Namasté,
Juan Manuel
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