Los seres humanos transitamos a través de estaciones, igual que la naturaleza; primaveras, veranos, otoños, inviernos interiores, una y otra vez, sin embargo, nunca una primavera o un invierno es igual a otro puesto que si nos permitimos vivirlos en plenitud y adquirir el regalo de experiencia y aprendizaje que nos dejan, iremos inevitablemente transitando hacia la sabiduría, la aceptación de los ciclos y de la vida con todo lo que nos trae como una inmensa oportunidad de evolución y aprendizaje.
En las primaveras de nuestra vida florecemos de pujanza, creatividad, entusiasmo por expresar, realizar, nos sentimos plenos de vitalidad y energía. Son tiempos de gran actividad y potencia, de dar a luz y concretizar cosas que estaban como ideas o proyectos latentes.
Los veranos son etapas más quietas en que descansamos en la plenitud de lo logrado, donde los frutos maduran lentamente, donde tenemos la sensación de trabajo realizado, de estar cosechando.
Los otoños personales son tiempos en que los vientos de la vida nos obligan a soltar todo aquello que ya está marchito, lo que debe ser dejado atrás en el proceso del Alma. Son tiempos en que se cierran etapas ya sea de cosas concretas, como el fin de un trabajo, o una relación; o de aspectos interiores como una postura ante la vida, creencias, intereses, certezas, motivaciones. Son tiempos de despedida, generalmente nostálgicos, o tristes, o directamente de mucho dolor, como cuando se muere un ser querido. Otoño es tiempo de soltar, de desprenderse, de aceptar que las cosas se terminan. Son tiempos muchas veces de crisis y confusión, en que sentimos que nos estamos desarmando, que todo lo que parecía estable y seguro se derrumba. La gran enseñanza que nos traen los otoños de la vida es aprender a soltar, a confiar profundamente en las transformaciones de la vida.
Nuestros inviernos nos llaman a aquietarnos, estar para adentro, no hay energía ni ganas de hacer, o relacionarnos, la expresión y la creatividad bajan su volumen e intensidad y necesitamos estar más en soledad, con nosotros mismos, en silencio, aparentemente detenidos, nutriéndonos interiormente, sintiéndonos o reflexionándonos a nosotros mismos.
Es común que no tengamos problemas con la aceptación de nuestros veranos o primaveras, pero que tendamos a reprimir y negar los otoños e inviernos. No se ve bien ante los ojos de los otros la tristeza, el conflicto, la vulnerabilidad, la duda, la energía baja. Sin embargo, así como la en naturaleza la primavera no resplandecerá en su belleza sino ha habido inviernos y otoños bien vividos, así no creceremos integralmente si no aceptamos la experiencia del dolor y las pérdidas en nuestra vida.
No es la idea tampoco dejarse poseer a tal punto por los ciclos que perdamos completamente el centro, como quizás nos ocurra cuando somos muy jóvenes y estamos experimentando nuestras primeras estaciones, donde la euforia de la primavera personal nos lleva a excesos en que nos herimos y herimos a otros, o donde el invierno nos deja inmovilizados en estados depresivos que no nos dejan salir de la cama. Se trata de que el yo –consciente se permita vivir cada etapa, sin negarla, o evadirla, dándole espacio y entendiendo el regalo que nos trae.
Patricia May - www.patriciamay.cl
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