Si hay un tema que nos complica la vida, es el del dinero. Ya sea porque vivimos la vida corriendo tras la utopía de que cuando tengamos la suficiente cantidad, seremos felices, o porque lo poseemos y lo utilizamos de manera tal que nos agobiamos con excesos de cosas, actividades a las cuales el dinero nos permite acceder. En nuestra cultura el dinero se identifica con la felicidad y se ha convertido en una especie de dios al cual se le rinde culto y por el cual se está dispuesto a sacrificarlo todo, familia, afectos, tranquilidad, salud. El dinero, mostrado a través de las posesiones, marcas ,el barrio en que se vive, el lugar en que se nace, la institución en que estudiamos y el cementerio en que nos entierran ha llegado a constituirse en un emblema de autoestima, donde ponemos nuestro poder y razón de vivir. Cual si el poseerlo nos dotara de una calidad distinta, de un aura especial que nos hace sentir fuertes y seguros, superiores a los demás.Por supuesto se trata de un espejismo que se deshace cuando vivimos momentos claves en que nos queda en evidencia que nacemos desnudos y así mismo partimos llevando como único tesoro esa joya preciosa e intangible que mora en el centro del nuestro corazón. Que triste llegar al fin de la vida y darse cuenta que hemos regalado nuestra sangre, energía y tiempo a asegurarnos en los símbolos de dinero y poder. La plenitud no tiene que ver con el dinero ni las posesiones ni las circunstancias, sino con la capacidad de estar íntegros en el momento, si no somos capaces de contactar con el goce, aquí y ahora ya!, con o sin dinero, es probable que no haya condiciones externas que nos puedan asegurar ese preciado don de ser feliz. Necesitamos otra manera de pensar el dinero, otro enfoque para utilizarlo e integrarlo sanamente a la vida.Pensemos que el dinero es una forma de energía, una energía que obtenemos dignamente por nuestra entrega energética a través del trabajo. Una energía neutra, que nosotros connotamos al invertirla en objetos, acceso a otros aprendizajes, expriencias compartidas, aventuras etc. Por tanto el punto es cuanta energía en forma de dinero necesitamos y en qué la invertimos. Cuánto necesitamos para vivir en armonía, para desarrollar un proyecto de vida que nos dé plenitud y aporte bien a los demás. El problema es que habitualmente no pensamos en qué sería sanador y armónico en un momento dado, qué sería bueno para recontactarnos con nuestro centro, con la creatividad, con la soledad, o con la compañía. Si realmente pensaramos en lo que haría bien al alma, seguramente necesitaríamos mucho menos, invertiríamos en simplicidad, en contacto con la naturaleza, en compartir en familia, en aprender y crear, en espacios de silencio, en amistad, en dar y seguramente viviríamos más liviana y felizmente. Una persona que está en contacto con su ser, necesita poco consumo porque su riqueza está puesta en el corazón. Podemos imaginar como sería nuestro planeta si un número criticamente alto comenzara a pensar así, en llevar una vida simple por opción personal? En que el dinero se valorara como una energía disponible para valores de armonía y paz? Todos los esquemas que sustentan los valores de crecimiento y consumo ilimitado como las metas humanas se caerían bajo el peso de la infelicidad que han traído al ser humano y a la naturaleza. Es probable que este tipo de actitudes sostenidas por un número creciente de personas sea lo que lleve algún día a salvar al planeta de la depredación y a millones de seres humanos del hambre. Necesitamos pocas cosas para ser felices cuando el ser está despierto, quizás una caminata por la orilla del mar, o volver a escuchar a otro ser humano con la mente y el corazón abierto, o reirse y jugar, o ponernos al servicio de un proyecto que nos encienda el entusiasmo. Desde este criterio nos podemos preguntar qué es lo que necesito para no ahogar a mi ser como muchas veces lo hace el exceso de bienes y consumos? Ahogamos al ser llenándonos de ruido, alejándonos de los pulsos naturales, corriendo en una sobreactividad para cuidar las cosas a la que tanta energía le hemos sacrificado, lo ahogamos en los hijos cuando le entregamos el mensaje que sólo viviendo en ciertos barrios, o poseyendo cosas, o mostrando cuan hábiles o adinerados son, serán felices. El dinero es una energía maravillosa que podemos poner al servicio de la armonía y el amor, o a encerrarnos en el infierno de la defensa de lo que tenemos, de la apariencia, de los excesos y la alienación de nuestra esencia.
Patricia May
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